NO FUI FELIZ, PERO HICE UN CÓMIC

Sobre ROMA LA LOBA, cómic de Enrique Lihn (1987).

  • 1a edicion
    Roma-la-loba
    Su Primera Edición fue hecha por Alejandro Jodorowsky & Pablo Brodsky, en Chile, 1992. En 2011 Ocho Libros hizo una cuidada nueva Edición, que agradecemos y valoramos encontrarla en BIBLIOMETRO, y ojalá en otras bibliotecas públicas del país.

La historia de Roma la Loba parece tener dos pivotes o subsuelos fuertes y entrelazados, a saber, una concepción de base psicoanalítica del deseo, de la neurosis, y de gran parte de la violencia que atraviesa las relaciones de la gente, y la angustia existencial, probablemente de raíz heideggeriana, aunque esto no es decir que el autor quisiera demostrarnos ni enseñarnos estas teorías. Ambos asuntos se expresan al inicio, inmediatamente enlazados, cuando Roma –mujer masacrona– termina con Mincho, su esposo, diciéndole “quiero pedirte tu amistad, estoy enamorada de otro”. –“¿De otro, así, de rompe y raja?” pregunta Mincho consternado, –“¿Por qué no?, la vida es así, –contesta ella, un mojón que te lanzan a la cara.” Siendo Mincho profesor de filosofía, bien pudo Roma aprender de él la idea del sujeto sin sentido, sin Dios, arrojado a la existencia, o por lo menos no hace otra cosa que confirmárselo.

Roma pajaro

Sobre estos dos subsuelos, Enrique Lihn pone un piso concreto, fáctico, a su historieta, la realidad política visible en las calles. Chile está ocupado por la omnipresencia violenta y horrenda de la dictadura, que se manifiesta desde luego en la represión y la grosería de los militares y policías. Pero a diferencia de los otros dos “suelos”, el contexto real no aparece como móvil directo de las acciones de los personajes. Ellos, más bien, viven absortos en las complicaciones de sus mutuas relaciones, de las heridas que se infieren, y de sus deseos, de eso se trata Roma la Loba, los personajes expresan abiertamente su mentalidad realista, cruel, atravesada de irracionalidades. No hay juicio moral, desde luego, pero tampoco piedad o una orientación que trascienda y se eleve, salvo, tal vez, en algunos aspectos de los hijos-niños de Mincho y Roma.
Al lado de este mundo concreto y fáctico, Nembutala, la isla donde Mincho y uno de sus hijos han pasado una temporada, es una alegoría, ¿pero de qué?, ¿del exilio?, no llegamos a saberlo. En Nembutala se combinan otra dictadura irracional con una condición de fiesta dionisíaca. Existe la transformación sexual natural y libre de los nativos, de noches dionisíacas en la selva y de aberraciones que no son tales, pero que quitan la dignidad a los refugiados, mientras que el cumplimiento del deseo en el Chile de Mincho y Roma es –diríamos–, necesariamente oculto y oscuro, de club nocturno, de prostitución, de fiesta promiscua, de pedofilia y de la inminencia del incesto y del parricidio, datos que nos llevan a la inferencia psicoanalítica de la sociedad, la cual, de confirmarse, comprobaría de paso que somos parte de Occidente (mire usted, qué suerte). Sucede que en Nembutala se da, por estas causas, una sabiduría distinta, que permite al niño que vivió allí comunicarse con el gran pájaro legendario que los ayuda en dos ocasiones de apuro, mientras el otro gemelo, educado en Chile, se desmaya o no entiende. Por su parte, Mincho llega a entender lo siguiente:

Es lo que me pasa… por buscar la verdad he perdido a Roma, como si todos los caminos me hubiera alejado de ella. De todas las ideas que he acariciado, ella es el único ser vivo. El pensamiento no existe, lo verifiqué en Nembutala. No se trata de hedonismo, sino de predestinación sexual. El destino de un cuerpo. El recuerdo de Roma lo contaminó todo de irrealidad, por eso volví para nada.

Roma Mincho

Roma nos muestra la madeja bien profunda que tejía su autor con la condición infeliz de la vida y la muerte en los días que lo dibujó. La cercanía con la muerte, la debilidad física que lo hizo atarse el lápiz en la mano, y necesitar la ayuda del pintor Oscar Gacitúa para entintar, según cuenta el mismo pintor a Javier García en el diario La Tercera, es algo que nos conmueve y nos hace valorarla de un modo especial, comprendiendo de paso sus problemas de legibilidad.  Aunque hay problemas formales de legibilidad y narración, son menores en relación a la potencia sensible e intelectual del autor, que nos muestra la naturalidad honesta de su lenguaje, su dolor existencial, su capacidad de encarnar su época. Cuando Roma entra en cuestiones filosóficas o poéticas, en reflexiones como un kilo de teoría contemporánea, lo hace porque su autor lo hacía habitualmente y las conocía, era su trabajo y su preocupación vital. ¿Por qué su aporte no ha sido incorporado, discutido, en los cómics chilenos posteriores? Tal es nuestro problema, las obras «difíciles», sean chilenas o internacionales, siguen siendo difíciles.

Pero en este caso, hay una dificultad de lectura, de claves internas, que causa un alejamiento. Ante ese problema surge, en el exterior de la obra, la discusión sobre los niveles de cultura y de crítica. Desde mi punto de vista, el aprecio verdadero y la modestia no debería suspender la lectura crítica de Roma la Loba, ni de las historietas chilenas. Si nos excusamos de las preguntas difíciles, concedemos  que la discusión llegue una y otra vez a puertos consabidos, pero a estas alturas tan desiertos como el de la superioridad de la literatura sobre la historieta, del artista sobre el historietista, etcétera, como pienso que lo hace Álvaro Bizama en la introducción a la Segunda Edición.

Estas y otras osadas afirmaciones pido merced de abordarlas más sueltamente en un próximo capítulo.