Me refiero a las ilustraciones seleccionadas a la fecha de escribir esta nota, que pueden verse en http://malamemoria.cl/#

ESTILO es un hecho global dentro del cual está la técnica particular. El estilo no es la técnica individual o grupal. Tampoco es “la forma en que está hecha la forma”, puesto que esa definición nos obliga a varias salvedades. Estilo –aquí arriesgo una aproximación personal que atañe a lo contemporáneo y cercano– es una manera de pensar en un lenguaje del arte, y una manera de hablar en ese lenguaje con otros, es decir con los receptores. De esa asociación al dialecto (guardando por supuesto preauciones necesarias), puede entenderse que sea un hecho social y no exclusivamente individual. Se lo minimiza, al menos en chile, en relación a la importancia atribuida a los contenidos, porque en un mundo de prioridades, urgencias y poco tiempo, importa más la lectura coyuntural, política, o una lectura del contexto que explica los contenidos o significados, puesto que es más difícil e inasible hablar y decidir sobre la sensibilidad y el pensamiento visual, en la medida que su fondo en último término no es verbalizable. Quizá también porque se nos enseña a presuponer que allí no hay política.

Pero es lógico y consecuente que en una convocatoria como esta, hecha por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, centrada en el problema de la memoria sobre hechos tan dolorosos, la atención esté puesta en los contenidos, y que probablemente los jóvenes artistas hayan centrado su preocupación en manejar símbolos y signos claros. Por ejemplo, en la noticia del diario electrónico U. De Chile, sobre este concurso, han escogido la ilustración “Fusilamiento” de Camilo Chicahuale, excelente dibujo en el cual un civil-futbolista está arrodillado y rendido bajo los tres palos del arco, con el número 73 en la espalda, como a punto de ser ejecutado por la espalda, mientras unas manchas sugieren a sus compañeros de prisión. No queda duda de la referencia al Estadio nacional de chile como campo de concentración y tortura. También en relación a los contenidos hay dos ilustraciones muy claras ante las cuales no queda más que el silencio: “Para que nunca más vuelvan las ratas asesinas” de Magdalena Hurtado, y “Enfermedad Crónica Nacional” de Pablo Mozó, sobre un hecho horrible y desgarrador, irrepresentable, sobre el cual cabe seguir demandando el castigo a quienes han sido capaces de tales crueldades.
En este sentido los trabajos seleccionados son realmente meritorios. La variación principal entre ellos parece estar en el trabajo de conceptualización y comunicación, si se quiere en la manera en que se ha metaforizado un contenido, o la idea gráfica que lo comunica, y es previsible que sobre dichos aspectos los jurados concentren su difícil decisión. En cierto modo, aunque no absolutamente, se trata de variaciones de estilo.
El trabajo conceptual de la ilustración a veces tiende al de la pintura, donde más que comunicar un mensaje verbalizable, la imagen quiere comunicar una atmósfera material en la cual se hallan los sentidos y significaciones. Entre otros: “En memoria de Marta Ugarte” de Mariana Arellano, “Donde están” de Sergio Fierro, “Bala loca silenciosa” de Giovanni Contreras.
Otras veces, la ilustración se relaciona más con la estrategia comunicativa del diseño, es decir, articula elementos y signos visuales (llamas, vegetación, calaveras, etc.) que el observador va descodificando, y que tienen sentidos más unívocos que las de la pintura. “Nostalgia en Lonquén” de María Adasme, «11:52» de Sebastián Cifuentes, “7.10.73” de Consuelo Astorga, “Doble combustión” de Antonia Meyer, “Por mis hijos” de Francisca Luco, son ejemplos de esta línea.

Desde luego, hay trabajos intermedios, entre otros “Miedo al vacío (horror vacui)” de Sebastián Maureira, imagen en negros de tinta y grises de lápiz, con significaciones en dos polos evidentes, es decir, militares que irrumpen violentamente en la casa de una familia. Los detalles del niño que dibuja caras tristes y nocturnas, la cruz en la pared de la casa, la imagen en el televisor, los dibujos en la puerta, son inequívocos en construir esa polaridad y la violencia horrible de los militares. “Bim bam bum, Bang bang Bang” de Felipe Gaytán, nos trae una recreación de la ilustración de historietas o cuentos de décadas anteriores, donde se nota que el gusto de representar se impone un poco a la presión por mostrar la violencia, más bien la sugiere. También aquí los militares irrumpen (Bang bang Bang) pero ocupan sólo el borde derecho de un espacio que todavía conserva su último aliento de bohemia y tolerancia, con lo cual ilustra, precisamente, una época histórica en el momento que empieza a ser fracturada por otra. “400 cuerpos al mar” de María Valdivia también es dual entre una representación viva y alegre, en la tradición de la ilustración para niños, y una situación siniestra.
“El mar no quiso a Marta Ugarte” de Dominga del Campo, probablemente influida por una figuración conceptualista, es decir, relacionada con otra lógica comunicativa, con otra manera de pensar, pero que exige un observador al tanto.

“Allanamiento” de Rodrigo Contreras, parece ser el único trabajo donde no hay estrategia comunicativa sino descripción directa y espontánea, documental en el sentido que desarrolla la teórica argentina Azul Blaseotto, donde el hombre que está siendo tomando del pelo por un militar nos duele con el dolor del testimonio vivo, y nos hace identificarnos físicamente con él. Puede notarse, en relación a los otros trabajos, que Rodrigo Contreras no tiene (o tal vez no quiere mostrar) una formación académica o de taller del dibujo, la pintura o la comunicación gráfica, sino que por sus características viene más directamente del arte popular, en este caso un estado adolescente de la figuración, que no trabaja en base a composición de los elementos visuales, centro de interés, etc., ni tampoco en codificaciones, sino en la representación directa de una escena testimonial. Lo que se ve en este caso, entonces, es una aparente ausencia de estilo, como lo hallamos en el resto, pero que por semejanza y cultura se asocia al arte popular.
La idea del estilo parece ser sólo entendida entre nosotros como lo formal de una obra plástica. “El formalismo es un peligro” decía Margarita Schultz en sus clases de la Facultad de Artes de la U. De Chile. Es decir, hay un prejuicio e incluso una advertencia, pese a lo cual el hecho del estilo está siempre actuando, porque no puede ser de otro modo. ¿Por qué es importante discutir sobre el estilo?
Porque en los últimos años ya es reconocible cierta homogeneización de una “manera” dominante en la nueva ilustración chilena, representada por los casos de éxito e influencia de Alberto Montt, Paloma Valdivia, Francisco Olea, entre otras y otros, que por cierto han colaborado al auge de la ilustración en chile. Debe decirse que se trata de un estilo internacional, que al menos acá se recibe desde España.
Los estilos, o si se quiere los modos de pensar y representarnos visualmente, conviven y compiten siempre por establecerse, es decir, por hacerse reconocibles y ser aceptados como elementos de cultura. Lo importante es que en estos jóvenes ilustradores se encuentran ciertas tendencias distintas, no radicalmente nuevas pero potenciales de otras maneras de pensar la imagen ilustrada, importante porque debe entenderse la variedad del pensamiento visual. Espero en otro momento ser capaz de describir este que aquí llamo el estilo dominante hoy en la ilustración chilena.
Disculpas necesarias si no pude mencionar todos los trabajos y autores-as seleccionados.