Historias e historietas mutantes

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El conjunto de esta exhibición y curatoría plantea un modo de instalación de las historietas en el arte visual contemporáneo, precisamente en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago. Esto no está lanzado directamente, sino a través del problema de la memoria y de la historia. Quiero decir, el tema de la curatoría no es el cómic, la narración dibujada, el dibujo particular de nuestro arte en lo que tenga que ver con asuntos históricos, sino trabajos generados con las herramientas de los cómics a partir de una investigación sobre la mutación de los discursos en algunos hechos particulares: la creación del FPMR en 1984, las visitas de Whistler y Disney a Chile, la fuga de Buschmann, dirigente del FPMR, el trabajo libre y sin licencias de Jorge Christie con los personajes de Disney, la película Pesadilla, y otros asuntos relacionados.

Desde luego me parece que el intento es exitoso y auspicioso, aunque, si se me permite, y desde mi perspectiva personal, pienso que se tiende a pagar tributo con textos discursivos, en Gabler y Rodríguez, que son los propios del arte visual en su faceta más alejada de la recepción popular o del público no iniciado, es decir con una construcción discursiva y una fraseología que sigue sintiéndose ajena a la naturaleza de nuestro arte. La situación de las historietas como arte popular ha variado, es cierto, pero no en tal medida que le correspondan sin más las tradiciones discursivas de los conceptualismos, tan acendrados en nuestros países. Otra cosa son los trabajos en sí, que no han necesitado pasar por tales complicadas aduanas, lo cual está muy bien.

El trabajo de Rodrigo Vergara “Mi nombre es Lara” no guarda tan directa relación con las historietas como los otros, y tampoco con el énfasis en el dibujo que hay en Javier Rodríguez, Felipe Muhr y César Gabler. Esto por supuesto no es una adolescencia ni una falta, sino que quizá debería abordarse como una instalación de objetos y sonido (la voz de Buschmann relatando su fuga) que a diferencia de los otros, no se lee secuencialmente por el paso del ojo desde un dibujo o viñeta a la otra, sino que los objetos actúan sincrónicamente.

Parece ser que el trabajo de investigación sobre el tema (las historias que mutan) es el que permitiría su entrada al código del arte contemporáneo, es decir es un pase a través del método, llevado a cabo con el dibujo y la narración de las historietas. Esto es interesante y es un aporte a la incorporación en el arte visual “culto”. También hay que notar que los hechos trabajados por Muhr y Gabler son muy propios al género, tienen que ver directamente con la historia de los monos y los dibujantes chilenos.

Rodríguez presenta seis páginas, muy atractivas, de un cómic de formato apaisado, no convencional, un cómic ensayístico que no desarrolla un relato tradicional, sino tres temas que se interrelacionan. Es una interesantísima mirada sobre la década 80, que parece también un cómic de esos años, cuando sin demasiados aparatos filosóficos se experimentaba con formas que llamaríamos de ensayo más bien que de la narrativa tradicional de los cómics centrada en una historia, personajes, conflicto central.

Gabler tiene dos obras, una donde hay una secuencia de aviones de guerra, y de pilotos estrellados en situación perpleja, la otra referida a las visitas a Chile de Whistler y Disney . En ambas hay una cálida sangre del dibujo de historietas realista, con técnica y dominio excelentes, como se ve también en Rodríguez y Muhr, (y en Vergara dos paneles o telas de un bello dibujo pictórico). En la segunda hay aspectos bastante propios (es decir colectivos) de una auto-mirada a través de sujetos que vienen “de un mundo más fuerte”, y una especie de respuesta a su desdén. Cuando cuenta que Disney encuentra horrendos los retratos que le hicieron los dibujantes chilenos, que sólo se interesa en Coré, y que en una foto en el hotel Carrera él y su equipo “se ríen de lo malos que somos”, despliega este problema de percepciones atribuidas y de autopercepciones, que asoman más tarde o más temprano en casi todos los debates culturales del país. Cuando explica que las visitas de ambos obedecieron a razones políticas y de guerra, entra en lo que llamamos la realidad de las cosas “tal como son”, a la vez que se trata de una respuesta a esa realidad real del arte y la política, o de la historia y el poder. Allí puede hallarse una mutación de los hechos, debida al tiempo, a la vez que una persistencia de asuntos que, querámoslo o no, nos alcanzan.

Sobre la oferta a Coré, hace unos años hubo un exposición en la Biblioteca Nacional, curada por Claudio Aguilera, sobre la revista El Peneca, en la cual se encontraba un artículo o entrevista a una persona cercana, que aclaraba que la oferta había sido para trabajar en los intermedios de las animaciones, o en pasar a tinta, es decir que implicaba que Coré renunciara a su propio estilo y a su creación, lo cual nos alegramos que no aceptara.

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El trabajo de Felipe Muhr produce alegría visual, una especie de contento de contemplación a la vez que el juego de encontrar el orden de la lectura de las viñetas. Aunque desde luego la secuenciación está abierta, las claves que remiten a la historia dibujada por Jorge Christie están dadas en elementos del color, con los que organiza los sentidos verticales y horizontales. El ejercicio de la copia en viñetas más grandes queda sugerido como un ámbito en el que se puede incursionar con buenas expectativas de encontrar allí energías y revitalizaciones del dibujo, pues esa sensación es la que respira en las viñetas de Felipe. O sea ya no es como alguna vez fue, la sorpresa ante la ampliación fotomecánica y gigante de unas viñetas, sino el ejercicio de la mano y del color redibujando. Esto aparte de las implicaciones de descubrir que Christie puede haber sido uno de los más libres y alegres dibujantes de Disney, precisamente gracias a que no pidió su licencia ni fue su empleado. Por otra parte, Felipe ha desarrollado las implicaciones críticas sobre esta actividad de Christie, y sobre la suya propia en relación a él, en un ensayo titulado “La copia feliz”, que presentó en el encuentro Dibujos que Hablan 2, en octubre pasado.

Es un mérito, en mi opinión, que los cuatro artistas presenten los originales, y no impresiones.

Quedan lanzadas por el montaje de esta exposición algunas preguntas sobre si el traslado al muro es o puede ser una variante dentro de nuestro lenguaje, o si las diferencias, las posibilidades abiertas y las que se pierden constituyen la incorporación al arte visual. También la cuestión ya conocida de las relaciones menor-mayor, culto-popular, o la de ubicarse dentro de las corrientes del arte visual narrativo y la imagen narrativa, y del diálogo con el dibujo como disciplina de origen.

Felicitaciones.

Otras referencias

Artistas se apropian del dibujo para hablar sobre el FPMR y la hegemonía de EE.UU.

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