Las mujeres, a partir de precursoras como Roberta Gregory, Mary Fleener o Phoebe Gloeckner, abrieron desde los primeros años 70, dice Ana Merino, un nuevo género en los cómics, y ello ocurrió en paralelo a la autoedición underground, y posteriormente a la corriente llamada el “alternativo”, a la vez que a momentos de auge o dificultades del movimiento y las ideas feministas. Era su propio género femenino convertido en género historietístico, que irrumpió con relatos intimistas, experienciales y testimoniales, de índole autobiográfica, asuntos todos estos más bien ausentes en todo lo anterior. Por razones culturales conocidas, las autoras más celebradas siguen siendo internacionalmente aquellas que dicen lo suyo con humor, sea con ingenio agudo y mordaz, como la mencionada Roberta Gregory, Claire Bretécher, Maitena o Julie Doucet, o con la suavidad de la penetración femenina, como Cathy Guisewite, o las nuestras Maliki, Sol Díaz, la colombiana Power Paola, entre otras. Pero, como dice a su vez María Antonia Díez, la voz femenina fue construida también por autoras que escriben y dibujan desde un lugar en el cual, por razones evidentes, ya no puede sostenerse el enfoque gracioso. Es el caso de obras como “Daddy’s Girl”, de Debbie Drechsler, un cómic doloroso referido a su propia experiencia de incesto en la infancia, o “A child’s life and other stories”, de la mencionada Phoebe Gloeckner, que se basa en su diario de vida infantil y adolescente. Por supuesto, no es que el buen humor estuviera prohibido dentro de sus narraciones, pero ya no es lo preponderante. En esta línea trabaja nuestra Melina Rapimán.
“Cuando me senté en la cuneta a llorar”, la primera historia de Hambre Prístina, puede ser la muestra más compleja de cómo ella nos pone frente a las evidencias que dan razón de su enfoque. Las conductas que en nosotros los varones pueden ser cotidianas, en ellas tienen por consecuencias la agresión masculina y social, y el menoscabo de sí mismas, la destrucción de su estima, situación tan difícil de superar, pero que a algunas personas sirve como excusa para quedarse en la autocompasión. Lo que trasunta es el dolor y la soledad. Melina critica al hombre, pero también a la mujer, critica a la sociedad cotidianamente destructiva, pero también es autocrítica si es necesario. Y Melina intuye, como podrá verse, que es el sentimiento poético y la poesía la que enfrenta dichos problemas con un auténtico impulso de humanidad, es decir –si se quiere– de superación. En “trozos rasgados” borda una imagen a la vez que una discusión contra la falsedad de respuestas supuestamente sabias como la que dice “todo depende de tu actitud”, respuesta tan abundante, que ofrece una solución individual, pero aparentemente fácil de aplicar también a problemas en que está envuelta toda la sociedad.
A la trampa de las palabras, a la complacencia ante la ambigüedad de los significados, chicas como Melina oponen simplemente su propia experiencia femenina, silenciada por siglos de represión, como decía Glauber Rocha respecto al pueblo pobre, que en esto tiene tanto parecido histórico con ellas.
Es probable o posible que algunas de sus historias expresen la memoria del abuso, sea experiencial o por empatía con su género, arraigado en la infancia o la adolescencia, algo irremediable que invade cada experiencia nueva, algo oscuro que a costa de una conciencia dolorida, y de mucho trabajo, adquiere por fin una conciencia poética. Es decir, no se trata de “aquella vieja herida” del alma, inubicable y abstraída en el tiempo y el espacio, que respira en el pecho de algunos poetas románticos o romantizados, como el chileno Pedro Sienna, que lo ponía como título de uno de sus poemas (y no es un mal poema), sino algo más concreto y desafortunadamente bien real. Freud quería llegar a la conciencia de la experiencia traumática originaria, como el arribo a la única salida posible, puesto que nuestros mecanismos psicológicos lo esconden. No sé si Melina y otras mujeres que están dibujando historietas de esta línea estarán de acuerdo con el viejo profesor, pero en ellas hay conciencia, o mejor dicho la valentía introspectiva de una mujer. La historieta “hambre” es muy bella, trabaja en el texto y en los dibujos un tema onírico, misterioso, una experiencia auténticamente individual.
Por otra parte, la línea plena y curva de sus dibujos y de sus figuras femeninas da al conjunto, y al transcurso de una imagen a otra, una cierta belleza. La redondez de la forma, el ritmo suave de las composiciones, transmiten vida. Algunas de las ilustraciones de Melina siguen brillantemente tradiciones vitalistas del arte visual, como por ejemplo la de Matisse. No hay formas torturadas ni predomino de las angulosidades o las líneas duras. Dibuja quizá con un eco del cómic y la ilustración llamada “inocente”, es decir, historietas infantiles como Pequeña Lulú, Heidi, las series infantiles japonesas, en fin, recogiendo de esa gráfica su plenitud formal a la vez que su inocencia, es decir unos cuerpos bellos, tranquilos, tal vez nostálgicos, sexuales aunque no sexys.
Al fin, y en despedida, me permito una crítica sobre nuestro contexto. Nos alegramos de que los trabajos de varias historietistas e ilustradoras estén siendo aceptados y celebrados, trabajos que no excluyen la mirada seria cuando ella amerita seriedad, pero solamente si primero, como decíamos al principio, hay talento humorístico. Se celebran las críticas contra los clichés impuestos a la mujer, se aceptan también las burlas a las viejas tías y madrinas encorsetadas, incluida la iglesia, las escuelas de monjas, incluidas incluso las mamás, pero no hay interés por leer y considerar el cómic femenino que no sea divertido. Al parecer, allí la crítica se torna inaceptable, y se la ignora. Cierto que hay una consanguinidad del cómic con lo cómico, pero el sesgo no hace sino demostrar el atraso cultural. Los trabajos que nos está planteando Melina u otras chicas como Alejandra Suckel, Francisca Cárcamo, Ibi Díaz, entre ellas, no pueden ser obligados a la entonación humorística, ni que deban ser propicios las modas de la “sociedad bien”. Los dejo entonces con Hambre Prístina, recomendándola sin reservas.
Vicho, febrero de 2014.
Prólogo a Hambre Prístina, Selección de historietas de entre 2007 y 2014, de Melina Rapimán. Ed. Tabula Rasa, Santiago de Chile, 2014.