Hitos culturales desde los 90 en chile

UNA NOTA DEL GATOVICENTE

Mi apreciado amigo Jorge Montealegre puso en su red social la siguiente «CONSULTA (casi encuesta)»:

¿Podrías nombrar unos 5 ejemplos significativos de los «hitos culturales» (positivos o negativos) que consideras más representativos o ilustrativos de los 50 años desde el golpe, en dictadura? Desde ya agradezco tu ayuda. Se ofrece la palabra. 

Pues este año 2023 se cumplen 50 desde el golpe militar cívico de Pinochet traidor, Leigh, Merino y Mendoza general rastrero. Me gustó la pregunta, así que comparto mi respuesta gatovicecentesca, con correcciones y agregados chicos que nos permite el formato blog:

«Es interesante tu pregunta. Yo hubiera querido conversar contigo de cómo era, cómo funcionaba la cultura antes de la dictadura, porque no lo sé. Pero lo que puedo hablar por experiencia es sobre la “democracia” en adelante (o sea desde l990). Y ya que se puede hablar en negativo, si es que me aguantan. 

Primero la desaparición de la prensa y medios críticos, Apsi, Análisis, etc. abandonados a competir con los medios poderosos de derecha, en la cancha de las leyes del mercado, ejemplo de lo que también le pasaría a las producciones culturales afines. Fue provocado por una causa y por una gente que me parece que está demás mencionar, o quizá no, pero hay personas mejor calificadas que han escrito sobre la política de no tener políticas. Ese abandono de medios que les sirvieron para llegar al poder, aplastó la vitalidad cultural y popular que se había re-tejido en la sociedad. 

Segundo hito de este proceso, la creación del fondart (los fondos concursables para artes y cultura), aparentemente democrático, en más de 30 años no ha removido un pelo del dominio elitista de la cultura, pero sobre todo instauró en nosotros la cultura concursable, que en realidad era solo una parte de algo mayor: competir unos contra otros postulando proyectos para financiar actividades, necesidades y quehaceres de la gente, desde reparar techos, pavimentar una vereda o levantar un consultorio de salud pública. Así continuaron el proceso que había iniciado la derecha con Pinochet, de disolución de la comunidad social, reemplazándola por el individualismo absolutario. «No hay sociedad, hay individuos» predicaba la señora Thatcher. Y las autoridades siguen siendo exitosas en mantener esa cultura hasta hoy día, porque no es el momento para ese tipo de cambios finos.

Tercero ligado a las anteriores, la institución de la cultura y lenguaje del marketing y la publicidad en nuestras vidas, prefigurada en la campaña del NO (hay un protagonista que se precia ingenuamente, como todo cuico, de que cada spot del NO –los llama así por algo– lo hacían como uno de pasta de dientes “pa que los pacos no cacharan” se lo puede escuchar en yutube si me piden les busco el link). De ahí apareció un cine “publicitario”, Andrés Wood, o El chacotero sentimental, en fin, los productos culturales vendiendo Imagen País, que tuvo su cúlmine después en una película para el Óscar, donde esa élite progre y privilegiada se atribuye a sí misma, como logro propio, la lucha social que logró sacar fuera a Pinochet. 

Bueno, si me han tenido paciencia de que no anote nada bueno, hasta ahí llego porque como dice Violeta, ya no quiero más por hoy.»

saludos

Una película enclaustrada

CINE CHILENO: Cola de mono (Alberto Fuguet) (libre en Ondamedia: https://ondamedia.cl/#/player/cola-de-mono).

Si Fuguet se siente emparentado con Eugenio de Liguoro o José Bohr, no se hace un favor. Criticar o relativizar al «nuevo cine chileno» de los 60 está bien, hace falta, ¿pero hacerlo defendiendo El gran Circo Chamorro, Verdejo gasta un millón? Eso hace el director a través del personaje de la mamá, en una de las escenas iniciales. ¿Pero ese era buen cine?, ¿de verdad lo afirmas?

No creo que sea una estrategia caza ñoños, que no le cabe a un buen autor como Fuguet, sino una postura ideológica que habitualmente expresa al comienzo de sus novelas o películas. En Se arrienda es la pulla, el aguijón a Los Prisioneros, y se extiende argumentalmente en un personaje que pretende salvar a la música chilena.

Pero Cola de mono no propone una crítica al cine de los 60 por medio del mismo cine, habría que elaborar teorías para creerlo, sino que lo critica solo verbalmente, por socialista, o sea es un asunto ideológico, no fílmico. “Se equivoca ella, esa perra socialista” contesta la mamá al hijo unos minutos antes, en las escenas iniciales.

Y uno no se puede sorprender de esta obsesión, ya que es la misma obsesión pero al revés (como diría Ruiz) de los y las cineastas de izquierda. Pero en ellos y ellas, sean buenas o malas sus películas, la politización se hace proyecto y se extiende de diversos modos a toda la narración, esto ocurrió sin dudas a partir del «nuevo cine» de los 60. Pero aquí solamente se trata de frases o alcances, a través de diálogos.
Es claro que desde el estallido social de octubre de 2019, las declaraciones antisocialistas han emergido incluso en intelectuales antes más bien reservados, como Cristián Warnken, con tal espontaneidad y decisión que no quedan como simples señales, sino como defensas a fondo del «orden».

En Cola de mono, el desarrollo psicológico, rivalidad, erotismo, homosexualidad, crueldad y sentimientos entre los personajes –que es de lo que la película se trata– está bien. Es interesante, provocativa. Del cine ABC1 chileno –desde mi perspectiva, parte considerable de toda la producción nacional– las de Fuguet tienen una calidad cinematográfica y una exploración de los personajes destacable, probablemente de las mejores.

En esa posición o estilo de vida más o menos aliviado de las urgencias de abajo, después de sus declaraciones antisocialistas, el problema político parece hacerse indiferente, no se hace parte del argumento, de la trama, de la carne, como sucede en las películas de izquierdas. Esas frases quedan fuera del mundo diegético, pero por lo mismo que están, uno entiende que la subjetividad y el deseo en Cola de mono está expresado desde una mentalidad (más bien que una clase social estricta) que hasta hoy se sigue pensando como el todo, no como una parte. En otras palabras, que se sigue pensando como la poseedora auténtica de subjetividad, saber y discurso, siendo que no le gusta mirar alrededor, solo mirarse a sí misma. De este modo produce obras enclaustradas.

No es la única en sintomatizar este separatismo de clase, o de mentalidad.

ELOY, Carlos Droguett (un fragmento)

Aquí un fragmento, sin pretensiones de nada, yo no soy actor ni locutor ni quiero serlo, al contrario mi asma es bien poco profesional. Pero me gusta escuchar audiolibros y agradezco a quienes regalan su tiempo en hacerlos. Respecto a lecturas de libros chilenos, veo que los pocos que hay libres en internet están leídos más que menos por personas de otras partes. Esto quizá reafirma que los chilenos cultos y conocedores no hacen nada si no les pagan o les ofrecen algún tipo de honores. Lo que se encuentra son videos de reseñas hechas por jóvenes, y el resto programas de tv o mesas redondas donde los y las escritoras se dedican a hablar de sí mismos.
De entre los que NO somos cultos tenemos que tratar de colaborar en algo.

ELOY, de Carlos Droguett. Novela premiada por Biblioteca Breve en 1959 y publicada por Seix Barral en 1960. Narra los últimos momentos de asedio vividos por el “enemigo público” apodado El ñato Eloy, con una forma literaria muy destacable. Es posible que el Eloy real no haya pensado ni hablado de la manera que lo hace hablar Droguett. También es posible que –fuera como fuera su manera de hablar y pensar–, ya no se parezca a la de un bandido de hoy día. Pero la novela de Droguett continúa del lado suyo.

Jorge Alís y el monstruo de Viña 2019

Comento un detalle, un comentario volado, quizá enredado.

Jorge Alís, en una parte de su show de Viña 2019, cuenta “mi hijo es mariguanero, a lo cual todos reímos. No está tratando mal a su hijo de verdad, eso lo entendemos y nos gusta. Es un chiste que él cuenta con gracia. Pero a continuación dice algo serio, en el estilo de “yo le digo a mi hijo que la mariguana es mala, loco”, lo que ya no es un chiste, sino un contenido. A este contenido, si no me equivoco, le siguió un silencio, Y LUEGO DEL SILENCIO EL PÚBLICO APLAUDE, UNÁNIME. Durante ese momento de silencio el público ha procesado el mensaje, lo aprueba y lo aplaude. Es una aprobación ideológica. Y su aplauso significa más que el sonido de unas palmas.

Pero el público, o sea el monstruo de viña del mar, no ha entendido bien. Creyó o le gustó creer que el NO a la mariguana era de verdad y definitivo, pero no era así. La ironía de Alís lo dejaba claro, pero el monstruo de viña, ícono de chilenidad, vio la oportunidad para decir al mundo que no apoya las drogas, ninguna droga, aunque muchos (o algunos) de entre “él” fumen maría o beban, ni tengan claro lo que piensan ni lo que quieren, el monstruo en tanto monstruo se tiene por probo.

Ha escuchado del humorista el “mensaje” de que las drogas son malas, lo aprueba y lo aplaude. A fin de cuentas, a la hora de los quihubos, aprobará la represión. Por otra parte sabe que su aplauso es singular. El monstruo no aplaude con palmas sino con premios y éxito. Su aplauso es una catapulta, incluso su rechazo puede catapultar a los artistas. De sus palmas salen trofeos, de sus abucheos salen noticias. Publicidad que compensará el mal momento, si los afectados lo toman a bien. El público de viña del mar, mito chileno, es el que queda bien, demostrando que es bueno, justo, y además moderno.

Pero en este caso Jorge Alís no piensa como el dichoso monstruo. Para seguir siendo quien es, él tiene que decir el chiste siguiente, que destruirá la certeza de la frase y del contenido anterior. Lo tiene que decir porque es su estilo, su forma de pensar, y además su plan narrativo. Primero cree en todo, o puede creer en todo, (como lo hacemos casi todos), pero unos momentos después lo destroza todo según su propio ridículo, de una manera brillante. El guión parece ser una estructura cíclica, porque después de reírse casi cruelmente, quizá por obra del buen humor es que vuelve a creer, y una vez que ha vuelto a creer creyendo, y haciendo una pequeña ceremonia de ese creer con una frase seria, como la de que la mariguana es mala, viene otra sorna, otro chiste que podría matar, pero que perdona. Nos perdona a nosotros y se perdona él. Todo se puede olvidar.

El monstruo de viña del mar, que detesta la ideología, no percibe cuando un humorista juega con la ideología en vez de quedarse en ella, como lo hace él. El monstruo cree que Alís hablaba de verdad cuando decía “la mariguana es mala”, siendo que lo que dice es que la mariguana es para los perdedores, porque PARA GANAR ESTÁ LA COCAÍNA, PAPÁÁ.

Y con este nuevo chiste el monstruo se vuelve a apretar la guata de la risa. Supongamos que yo me considero parte del monstruo de viña, aunque no lo soy. Debo hacerme parte, otro día explico por qué. Con el nuevo chiste de la cocaína explotamos freudianamente, histéricamente, pues justo en el momento en que nos damos cuenta que quedaríamos en absoluta vergüenza por nuestra hipocresía, o más todavía por nuestra flojedad mental, quedamos absueltos gracias a la complicidad que permite el propio chiste. El chiste nos desvela, nos deja en pelotas o si se quiere en ridículo, pero al instante siguiente viene la salvaguarda del olvido traído por cada nuevo chiste.

Eso es todo, como diría el poeta.

El público se expresa en su poder: gaviota de plata y de oro también. Son los premios, es el éxito. Hazte rico, usa bien el dinero que te hacemos ganar, es el mensaje del monstruo. Por el otro lado, si el mensaje del humorista se entiende, es siempre un misterio. Un humorista no puede ir más allá.

Las cosas como son

Es un buen título, de la película de Fernando Lavanderos, cuyo final indefinido, inconcluso, puede ser así por lo encerrados que estamos en esta provincia del poto del mundo. Es decidor porque lo dice la chica Noruega (no yo), «o sea acá ustedes están lejos, tan lejos del mundo, que tendrían que ser libres ¿o no?» Y le responde el tipo serio con barbas de chivo (barbas demasiado de moda), “se ve que no conoces todavía.” Es un retrato difuso, o sea por hacer, de los antiguos dueños del país, representados por este hombre joven, que hacen en su casa lo que ellos quieren, pero que al menos, según Lavanderos,  tenían un sentido del cuidado, en el sentido de Heidegger, que los nuevos no tienen, ni tienen idea de tener. Unos y otros no pueden impedir que su sociedad, en la que ellos hacen lo que quieren, les produzca sujetos populares que les dan problemas, y no sean capaces de solucionar los problemas de convivencia. Esa crítica que la película esboza es su mejor parte. Lo demás es desigual, contradictorio, difícil, con pros y contras.

La simpatía que termina dándose entre el dueño de la casa y el joven popular se hace creíble, y aunque desolador es también creíble que ese acercamiento esté mediado por la casi demasiado sexi e inteligente chica noruega, condicionado por ella, y finalmente imposible de darse sin ella. Por eso se hace de mal gusto que incurra en la típica escena de sexo innecesaria para la trama ni para el argumento, que contradice la credibilidad. En pro digamos que logra expresar una  lúcida desesperación, las buenas razones para un suicidio digno, en contra, que se contradice con la esperanza fatua de que la libre Europa nos enseñará a liberarnos de la desigualdad y de la autorepresión.  Acá seguimos esperando, pues.

Con esos pros y contras, es una buena película chilena, recomendable. Si está en revista «Capital» o similares, me da lata, pero así es la cosa. El asunto es que sus películas tienen algunas cosas atendibles, buenas.