Quai D’Orsay: la inteligencia y la propaganda

(febrero de 2018)

Hay buenas reseñas críticas en internet que coinciden en que la historieta Quai D’Orsay (2010-2011), confirma el buenísimo talento historietístico de Christophe Blain, mientras que lo problemático es el guión de Abel Lanzac, no por ninguna falla de construcción ni de oficio ni de talento ni de humor en los diálogos, sino porque parece crítico o autocrítico (¿Qué he ganado sino lágrimas? ¿Qué he aprendido sino vicios?, escribe el protagonista) pero esa crítica es aparente, o en todo caso complaciente, pues a medio andar ya se nos hace obvio su ánimo celebrativo y hasta propagandista de la diplomacia y la política exterior francesas (con el mérito indudable de conocerla de primera mano). En el mismo sentido llegan a ser embusteras ciertas frases con que los editores españoles promocionaron la edición, tales como “aquí tienes la política sin micrófono, tal como es”, y en fin.

La narración dibujada de Blain es talentosa, particularmente la descripción del frenesí y la vorágine en aquel gabinete de la gran política. También lo es el manejo de los personajes en algo que hoy día para todos nosotros es inexcusable, es decir la capacidad de diferenciar a cada personaje, particularmente a las mujeres, y se puede admirar que Blain lo consiga sin aumentar la paleta de elementos gráficos, sino con apenas la sutil y a veces impalpable combinación de trazos. Es verdad que los rayados y las manchas de lápiz litográfico son elementos agregados a la paleta franco-belga, pero no están usados para la expresión de rostros ni de figuras, que mantienen su limpieza casi doctrinaria. La página en que el ministro habla sobre la narrativa de Tintin no deja dudas de su admiración. El humor de las expresiones y la precisión de los gestos y posturas la hacen una historieta que se puede leer muchas veces por el puro gusto del dibujo –para quienes nos gusta este tipo de dibujo, por supuesto.

En los textos, la verosimilitud con que está descrita la cotidianidad puertas adentro es la base para la citada reivindicación de una élite que se atribuye nada menos que la capacidad de llevar a la humanidad a destinos más humanos que aquellos a los que los brutos ‘americanos’ nos llevarían si no estuvieran los franceses.

En este plano la historieta dice, a fin de cuentas, que pese a sus histerias y pequeñeces, descritas con abundantes ironías y confidencias, los integrantes del gabinete conocen su oficio y con frecuencia llegan a buen puerto. La escena donde el director del gabinete resuelve un asunto casi imposible mientras el ministro, impotente, se ocupa en sus Stabylos, muestra la capacidad de verosimilitud debida al conocimiento que Lanzac tiene del tema. Pero mientras en el plano humorístico el canciller Taillard puede ser un energúmeno, un inútil, o un ridículo y pretencioso, no sé si alguien podría dejar de notar que no siempre lo es, es decir que no queda convertido en una simple caricatura (y otro tanto se deja ver de sus asesores). Los comentarios y acciones sobre la política internacional que ellos hacen tienen niveles de lectura seria, asuntos en los que, como se dice del propio ministro, simplemente se nos adelantan.

Me parece que las cómicas torpezas y crispaciones entre los personajes no están trabajadas para derruir a sus referentes reales sino para hacer verosímil que los representados y los dibujados son lo bastante lúcidos como para que terminemos admirándolos o quedando enganchados con ellos. Así es como el humanismo francés termina siendo celebrado. Si esto es propaganda, es propaganda inteligente, y más que promocionar a los diplomáticos de verdad, es una promoción de la inteligencia francesa.

¿Podemos criticar el guión diciendo que esperábamos sorna, incredulidad, y en cambio nos encontramos con reafirmaciones de comedia familiar? Sí, son reafirmaciones y es comedia, pero el problema es que se hallan dentro de un discurso inteligente, y la inteligencia es el quid, el objeto lanzado a la interpretación. Esto puede explicar por qué el guión es la parte más criticada, porque lo que molesta –yo creo– es la pizca más o menos sólida de chauvinismo.

La mordacidad iconoclasta está representada por el también francés Charlie Hebdo, pero en esa línea hay que decir que a menudo aceptamos por buenos sin mucha exigencia otra suerte de estereotipos y esquematismos.

¿Qué responder? Yo creo que las respuestas deben venir desde el mismo terreno, es decir en nuestras producciones, más que en textos de crítica. Pero la crítica debe hacer su parte, por modesta que sea.

O sea, que no perdamos de vista que la verosimilitud no es necesariamente la verdad, y que la política internacional francesa tiene, como las demás, páginas y hechos ignominiosos que no deberíamos pasar por alto. También, que la supuesta inteligencia humanista de las élites francesas puede ser respondida por autores como Tardi, no solamente en sus obras recientes. El chauvinismo de Quay D’Orsay no es sólo el del nacionalismo, que se halla en abundancia en otras historietas francesas o de cualquier país, sino el de la inteligencia.

Suficiente francofilia, anglofilia, germanofilia, etcétera, tenemos ya acá entre nuestras viejas y nuevas generaciones ilustradas, sobre todo de la élite, pero en ese caso su desmontaje es más fácil de hacer, por la torpeza de estos epígonos, y la de uno mismo, me incluyo. Hace poco [febrero de 2018] Mauricio Macri se ha permitido sin más la pachotada de declarar en el extranjero que la gente latinoamericana o la de Argentina es europea. Otras tantas sabemos de Sebastián Piñera, de todas las cuales uno y otro salen sin mella en las votaciones. Es decir y sobre todo porque no somos de allá es que la propaganda chauvinista en el arte resulta molesta.

Datos: Quai D’Orsay (Norma, 2014, Ed. Española), escrita por un buen conocedor del tema, identificado con Arthur, el periodista que es llamado por el ministro de exteriores francés, Alexandre Taillard de Vorms a integrarse a su equipo para escribirle los discursos. Taillard de Vorms alude a Dominique de Villepin, canciller del gobierno de Jacques Chirac (si no me equivoco) entre 2002-2004 quien trató, hay que reconocerlo, de impedir vía ONU la guerra que Estados Unidos al final emprendió contra Irak (llamado Lousdem). Hay en esto, desde ya, un ánimo de homenaje más que de crítica, pero la pregunta es por qué la propaganda.