DISTANCIA, CABRITOS, DISTANCIA

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APROPÓSITO DE UNA HISTORIETA PROVISORIAMENTE SIN TÍTULO

Don Manuel Escalona, que tiene su puesto de libros y revistas en la feria de los miércoles de la calle Enrique Matte, cerca de mi casa, llevó un ejemplar de Barrabases, el Nº 47, año V, de la segunda época, al que le faltaban la primera y la última hoja. De todas maneras se lo compré, porque allí sale una aventura de Guatón que recordaba haber leído en su momento, y se la había contado a mi hijo varias veces. Ahora podía demostrarle que esa historieta existía de verdad.

En esa aventura cuyo título exacto no lo sé (por lo de las páginas que faltan y porque me falta también a mí la cabeza), todos los titulares de Barrabases se contagiaban de sarampión, y no podían jugar el partido del domingo con los “Cañuelas”. Todos menos Guatón, que responde al acongojado míster Pipa que puede contar con él, porque está sano. Guatón entrena junto a los niños chicos reservas de Barrabases, quienes van a tener que reemplazar a todo el resto de los titulares, pero llega con exigencias particulares del siguiente tono: “ustedes son unos cabros chicos, así que más respeto conmigo y nada de confianzas, les advierto, y tampoco quiero que se me acerquen, tienen que tener respeto a los mayores”.

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Los niños, después de la sorpresa, empiezan a enojarse con el gordo, mientras míster Pipa lo tolera, porque es una suerte que pueda jugar. El domingo, durante el partido, las arengas del insoportable Guatón continúan: “distancia, cabritos, distancia”. Al fin, en las peripecias del juego, los niños quieren pegarle porque no los deja jugar tranquilos con sus pesadeces, pero el gordo juega como nunca, se echa el equipo al hombro, como se dice; se multiplica en la cancha, y gracias a él los chicos dan vuelta el marcador y ganan 3 a 2. En el gol nº 2, del empate, Guatón les dice “nada de abracitos conmigo, yo no estoy para esas tonterías”, pero en el nº 3, o sea el gol del triunfo, cuando Guatón con una jugada de crack, gambeteando a todos los defensas se cae de cansancio al lado del arco, sin poder patear, y Tanquecito que venía de atrás alcanza a hacer el gol, todos los Barrabasitos se olvidan de sus ínfulas, lo abrazan y lo arrastran hasta el camarín, como a un héroe, mientras Guatón llora: “déjenme solo, cabros lesos”. El desenlace es simple: el gordo se había maquillado para ocultar que él también tenía sarampión, y por eso les gritaba “no se me acerquen”; vano esfuerzo ya que los niños se habían vacunado, aunque todos los del “Cañuelas” cayeron enfermos. “Ahora comprendo por qué actuabas así. No querías contagiar a los niños. Pusiste en peligro tu vida por el equipo, guatón leso”, dice míster Pipa.

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Nótese el primer cuadro: ¿no es Hervi, acaso?

No falta la moralina en los últimos diálogos, porque las historias de Barrabases siempre rematan con una lección de valores. Pero la simple y simpática anécdota tiene su centro en el humor de los diálogos y del dibujo. Pequeñas transgresiones del lenguaje popular en clave infantil, palabras malitas: “se cree mesa de centro el gordo”, “déjeme pegarle una patada en la mandíbula” “yo me lo arreglo”, un trato suelto entre los personajes, cosas que hacen su gracia porque están bien acompañadas por las expresiones de los personajes.

A ver, distancia, cabritos: basados en los datos de Jorge Rojas, esta revista con la historieta en cuestión es del año 1975. Distancia cabritos, porque la historieta no tiene intención de metaforizar su época, es decir su horrible época histórica del inicio de la dictadura de Pinochet y del apagón cultural, como se le llamó después, y por lo mismo no tendría por qué ser leída o releída en relación a esa realidad, salvo poniéndola bajo miradas adultas, y forzándola en ese sentido a convertirse en un documento, término que no le viene a una historieta. Me pesa que al final sea eso lo que terminaré haciendo.

Las maneras en que las historietas cómicas españolas del franquismo revelan su época y hablan de su contexto devastado, maneras que fueron bellamente descritas por Terence Moix, tuvieron mecanismos indirectos de crítica o de testimonio, por ejemplo en el hambre de Carpanta, mecanismos que se vehiculaban en el molde más tradicional de las historietas cómicas, el cual se conservó aislado en España. Esto hace pensar a Moix y a otros críticos españoles que se trata de una historieta pura, debido principalmente a esa cierta ingenuidad formal, a un detenimiento evolutivo del lenguaje historietístico.

En nuestro caso, tenemos la entretención infantil tradicional, apolítica, ingenua, sin crítica ni referencia indirecta, lateral o remota al problema político, ya que se trata de una historieta infantil. Pero es una ingenuidad conciente, que era lo que valoraba José Pérez Cartes un poco antes del golpe militar. En el dibujo de algunos personajes y en el modo humorístico del guión se ve la mano de Hervi, junto a otro dibujante que hizo buena parte de las historias de Barrabases de esta segunda época. Quizá sea una historieta dibujada a dos manos, no solamente en cuanto a uno que hace el lápiz y otro la tinta, sino que se ven dos manos en unos y otros personajes, y una recorrida por varias otras Barrabases de este tiempo puede confirmar la presencia de estos dos dibujantes, y de otros más.

¡Es Hervi, es Hervi!

La presencia de Hervi, para quienes conocemos su trayectoria, nos demuestra que este humorismo ingenuo es conciente, y quizá sería equivocado pensar que se debe a una autocensura obligada, sino que más bien puede ser el destinatario infantil-juvenil el que determina esa voluntaria ingenuidad.  Por otro lado, siempre se pueden concluir las cuestiones con la aplastante explicación de que esa ingenuidad de las historietas tradicionales, esa prescindencia del contexto en este caso, sólo es producto de los moldes y compartimientos estancos de la industria cultural de masas, y de un público formado en esos moldes, sumado a la manera en que todo eso se practicó en las historietas chilenas, ya sea en momentos auspiciosos o asfixiantes.

Pero cabría preguntarse cómo, con qué mecanismos, Hervi o Pepehuinca, –que en estos años también hace Artemio, revista que luego continuará el propio Hervi–, mantienen un sentido del humor según un estilo y modelo que han manufacturado antes, desde la segunda mitad de los 60, con bastante talento y con una propuesta renovadora indudable. Profesionalismo sin duda, ¿pero se puede mantener el talento humorístico como simple y llano funcionamiento profesional, como obediencia al jefe, como estrategia de pura supervivencia, o debe haber algo además, algún modo de evasión del propio dibujante, en el sentido de resiliencia o de salud? ¿Pues qué otro sentido tendría entonces el talento y el humor?

Naturalmente, Pepehuinca y sobre todo Hervi tienen un “compartimiento principal”, un pensamiento político y adulto que reaparecerá después, o que se expresará en otros lugares pertinentes, con destinatarios adultos(as) y anti-oficialistas. Lo mismo vale para otros dibujantes. Esto implica una cuestión quizá espinosa, o quizá un asunto de mera realidad laboral: la de que en los propios historietistas funciona una compartimentación entre una parte de su trabajo “solamente” profesional, y otra personal, comprometida o autoral, y a esa parte se le atribuye la categoría de adulta. Lo adulto es el gigante contra el cual no puede lo infantil.

Algo así es una división interior que casi reproduce otras categorías como la de alto-medio-bajo, o la de lo comercial versus lo artístico o lo honesto, vigentes en ese tiempo al menos, cuyo ejemplo ejemplar está en los artistas que trabajan para publicidad, o en historietas que se hacen productos normalizados, como el caso de Condorito. No lo sé, pero no creo que sea un invento mío. Uno puede fijarse que cuando Hervi más cuida y se demora en el dibujo es cuando hace su apuesta personal, su voz personal. No lo describo como el síntoma de un problema, sino como un hecho cotidiano en la producción de historietas. ¿Son estas historietas del Barrabases de la segunda época meros trabajos profesionales? Aunque lo fueran, sobrevive y se expresa en ellas una tradición y una cualidad humorística y dibujística que hay que notar.

Llegamos a las cuestiones que más me interesan, y que dicho lo anterior ahora puedo bocetear: ¿hasta qué punto la historieta infantil puede ser una mera compartimentación profesional? Hasta el punto en que deja de ser atractiva incluso para los niños, parece ser la respuesta. ¿Pues no hay una lógica y una conexión con los niños, un tipo de humor que implica un talento, una cierta manera de pensar, que son los que pueden hallarse, sin pretensiones, en esta historieta de Guatón, provisoriamente sin título?

Barrabases Nº 47, 1975