La conquista colectiva del Baker, de Rodolfo Aedo. Héroes verdaderos.

En La conquista colectiva del Baker (Apaga Ediciones, 2019) Rodolfo Aedo continúa su trabajo de investigar y narrar en historietas algunos hechos ocurridos en la región de Aysén, Chile, iniciado con La isla de los muertos, con guión de Cristóbal Florin, que en su tiempo también reseñé con entusiasmo. Allí se trataba de un hecho trágico y olvidado, ahora aborda junto a la comunidad de Orompello y la antropóloga Katherine Correa, el poblamiento de la zona del Río Baker, llevado a cabo por familias de colonos, enfatizando que ellos y ellas consiguieron entrar y habitar en una naturaleza bellísima pero implacable y desoladora, algo que las empresas explotadoras no pudieron hasta hoy día, y que ellos y ellas lo hicieron por sus propios medios y su fuerza anímica, contra el abandono de las autoridades y contra incluso la represión de las empresas y los gendarmes. En el texto de introducción Rodolfo Aedo enfatiza que su gran enemigo no es aun hoy día la naturaleza sino el abandono de los gobiernos centrales.

El primer comentario debe referirse entonces al trabajo de recordar y narrar la propia historia, y los significados que tienen como herencia de ella los habitantes de la comuna de Tortel “una actitud atrevida, gallarda, crecida a mano del esfuerzo y la adaptación para doblegar al aislamiento en una pelea continua que se libra día a día en los actos cotidianos.”

La conquista colectiva del Baker, p. 14.

En la primera lectura puede ser un poco difícil captar la peripecia principal, el viaje del carpintero Tránsito Rebolledo para encontrarse con Cenobio Cheuquemán en un lugar cercano a Bajo Pisagua (hoy Caleta Tortel) tiene el objeto de inaugurar un negocio de maderas que les permita vivir allí a las familias, para lo cual deben conseguir la ayuda y comunicaciones del Estado, cuyo punto más cercano estaba en ese momento (año 1948) en la Isla san Pedro, donde la marina tiene un faro, en el extremo sur del temible Golfo de Penas, es decir una travesía improbable.

“A milímetros de la muerte, yo quiero volver a escuchar nombrar estas tierras. Esta tierra la creó dios, si es que existe, un día que estaba enojado con los hombres. Los árboles cayeron en decadencia, y los pájaros en la miseria ya no cantan sino que chillan de hambre y frío. Aún así volveré a buscar a mi señora, formaré familia y construiré un futuro acá. ¿Estaré loco acaso?” (p. 59).

En su viaje, Tránsito Rebolledo, que parece ser un nombre ficticio, va encontrando a distintas familias y personas solas (pero reales, históricas). No se trata esta vez de hechos trágicos sino heroicos, con final alentador, pero de nuevo narra la historia desde la gente que los realiza, no desde los historiadores oficiales ni desde la autoridad.

La conquista colectiva del Baker, p. 15.
La conquista colectiva del Baker, p. 17.

Es talentosa la comunicación de esas significaciones a través de un buen relato historietístico,  que hace vivos el paisaje natural y los caracteres humanos, macerados en tales lugares solitarios e inmensos, en los que las figuras sienten su propia pequeñez, nuestra insignificancia ante la tierra. Pero también, notablemente, lo hace narrando los pequeños hechos que hacen amigos y enemigos a las personas. Tránsito, que viene desde Chiloé, se pelea con otro personaje por cuestiones serias, por opiniones y decisiones sobre la vigencia o no de cuestiones morales en lugares donde no había policía, y a través del relato ellos entienden que allí no se puede sobrevivir sin mutua ayuda, sin solidaridad, o que los prejuicios no son buena idea en la Patagonia. En el transcurso entre cuadro y cuadro se hace sentir el tiempo de ese paisaje natural y humano, o sea una cierta densidad de las cosas, un silencio extenso, enorme, y la materialidad, la humedad, el frío, el viento, y una precariedad humana que, como ya citaba recién, se convierte a través de su lucha en orgullo bien ganado.

La narración es bastante justa y macerada, no hay aspavientos o lucimientos gráficos, cuadros espectaculares o diagramaciones gimásticas, no hay malabarismos de puesta en página, sino el paso regular de las viñetas, en una estructura de dos filas en formato apaisado, y sólo cuando es necesario para el relato aparecen variaciones o viñetas de página completa.

Particularmente el contendido se crea con el dibujo, que continúa como en La isla de los muertos una exploración del carácter físico y antropológico. Sobre una matriz del dibujo intermedio entre el realismo y el dibujo de humor, Rodolfo Aedo da importancia a las posturas, los gestos, al sentido del peso de los cuerpos y sus movimientos, y sobre todo a los rostros de sus personajes, buscando los rasgos de personas reales, que uno reconoce en la calle, en el barrio y en uno mismo. Puede ser un tipo de realismo, pero no fotográfico, pues la fotografía ya no puede ser modelo de la realidad de los cuerpos. Mejor dicho, los dibujos de Rodolfo buscan los trazos que al menos no mientan, que al menos evoquen seres humanos hallables, vivos, cosa que los modelos dominantes en las historietas, como el manga o los superhéroes, o las estilizaciones franco-belgas nunca nos proveen, porque en ellos se trata más bien de signos ya muy convencionalizados, es decir códigos gráficos, que no buscan comunicar cuerpos reales y cotidianos. Se trata, entonces, de un dibujo de interés antropológico, que procura limpiarse de codificaciones, que está bien encaminado en ese sentido, y por lo tanto exhibe una especie de autonomía desnuda, una originalidad.

Es increíble que este proyecto haya sido rechazado dos o tres veces por los jurados Fondart aludiendo que su dibujo era “malo” (ver artículo relacionado).

La conquista colectiva del Baker, p. 32.

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